domingo, 11 de abril de 2010

A propósito de la Semana Santa: ritos de tránsito en los Andes


A propósito de la Semana Santa: ritos de tránsito en los Andes
Revisando significados

Fuente: Los Andes

Escribe: Ana María Pino Jordán

Acabamos de pasar la Semana Santa y como viene sucediendo desde hace algunos años, en el campo hay que preparase para esos días, especialmente la noche del Viernes Santo. Resulta que en torno a Semana Santa se juntan acontecimientos religiosos para el mundo católico por lo que significa la pasión y muerte de Jesús, pero sobretodo la Pascua de resurrección, con acontecimientos de tradición que se le relacionan, como cosechar las hierbas con las que tratarán los males del cuerpo (salud) que puedan presentarse en el año o, cuidar sus cultivos, particularmente la papa.

En este artículo voy a tratar este último hecho porque, entiendo, es el más polémico por la carga peyorativa que conlleva, agudizado por la parte del guión de la película “Madeinusa” en el que se lo muestra.

Hasta hoy, en muchos lugares del área andina, y como se lo ve en la película, luego de la muerte de Jesús, habría como licencia para transgredir normas, valores, costumbres, por el hecho que como “Dios está muerto” pues no ve y los “pecados” cometidos, no serían “castigados”.
Al parecer, este argumento y justificación tiene unas pocas décadas de existencia. Antes, según relatos de campesinos de mayor edad, la tradición de viernes santo, aparte de los ritos católicos, era acoger al vecino o visitante fortuito y permitirle que escarbe unas cuantas matas de sus cultivos, a manera de compartir sus cosechas. Se hacía a la luz del día.

La muerte para muchas culturas no occidentales, es un periodo de tránsito. Para los andinos, sin distinción de género, la muerte, es el inicio de otra vida. Esta concepción de la muerte como parte de la vida, ha sido tratada profusamente por diversos investigadores sobre la base de registros hechos por cronistas y está sintetizada en el trabajo de Gonzáles Carré (2003: 121-138) 1 .

La mayoría de estas investigaciones, por su sesgo cultural, está orientada a lo que acontece con el difunto. Son pocas las que recogen y analizan información de lo que acontece con los deudos, tanto familiares como comunales. Una de estas pocas es la de Hocquenghem (1989) que trabaja en la iconografía que se expresa en los ceramios Mochica. Como está demostrado, en los ceramios se recrea la cotidianidad de la vida y voy a tomar de ese trabajo, lo que se refiere a la muerte que en el calendario ceremonial andino, se ubica en “la inversión del orden”.

La autora distingue, en la iconografía, los rituales expresados en “las escenas de ‘preparación’ de un cuerpo” y “las escenas de ‘entrada’ al otro mundo”. La versión más completa encontrada por la autora muestra:“un acto de sodomía entre un hombre y una mujer y un acto de masturbación entre muertos se asocian con ciertas actividades de éstos, reconocibles por sus aspectos de esqueletos. Esta escena se desarrolla en dos niveles.

Al nivel superior tiene lugar los actos sexuales mientras que los muertos tiran sobre los vivos objetos redondos, que parecen ser piedras, tocan flautas y, detalle que aquí nos interesa, tratan de empujar en el nivel inferior a un ser que conserva su cuerpo. El ajuar funerario ya se encuentra en el nivel inferior. Están presentes dos animales nocturnos, un murciélago y un búho. Al nivel inferior cerca del material funerario se nota un perro y una llama, animales que hasta hoy en día se dice que siguen al muerto en su viaje en el otro mundo, para ayudarlo a cargar sus bienes (Hocquenghem 1979, Valderrama y Escalante 1980). Dos muertos se ocupan de jalar el cuerpo hacia abajo, otros dos yacen en lo que parecen ser tumbas, un grupo de muertos baila al son de las flautas.” (Hocquenghem 1989:138)

Los pocos datos etnohistóricos y etnológicos recogidos, por la autora, para la interpretación iconográfica de estos ritos de duelo, en diversas zonas andinas, dan cuenta de algunas inversiones en el comportamiento de los vivos, inclusive contrarias a las costumbres, como por ejemplo el corte de cabellos de las mujeres que usualmente lo llevan largos, los hilos torcidos hacia la izquierda, la abstinencia de sal y ají, la falta de respeto hacia personas mayores, y es coherente suponer que los actos sexuales recreados en las escenas iconográficas tiene que ver con actos que no conducen a la fertilidad. Concluye que todo indicaría que “el mundo de los muertos es siempre concebido como inverso al de los vivos” (Hocquenghem 1989:141) y que “parece que las inversiones están directamente ligadas a los ritos agrícolas, debido a que los difuntos son considerados responsables de la cosecha”.

En esa concepción se podría interpretar la actitud, mencionada líneas arriba, de “acoger al vecino o visitante fortuito y permitirle que escarbe unas cuantas matas de sus cultivos”, como un rito de inversión, a manera de acompañar a Jesús muerto en viernes santo y que además cuidará de sus cosechas.

En consecuencia, la moderna trasgresión de lo que es usual y costumbre en viernes santo porque “Dios está muerto y no ve”, resultaría una distorsión originada por un culto religioso que tiene como sustento el “temor de Dios”, “el pecado” y “la redención”. Resultaría producto del mestizaje cultural y de la interpretación de una cultura con categorías que no le corresponden.

Tal vez las “guaguas” de pan que se preparan para el día de los difuntos, en noviembre, se pueda re-leer a la luz de estos mismos ritos de inversión en el periodo de tránsito a la otra vida.


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1 GONZÁLEZ CARRÉ, Enrique. Ritos de tránsito en el Perú de los Incas. Lima, Perú: IFEA/Lluvia Edit, 2003. 143p.