viernes, 3 de octubre de 2008

El valor de la cultura, el valor de un ministerio

El valor de la cultura, el valor de un ministerio

La propuesta de creación de un Ministerio de Cultura, formulada por el Presidente García, ha dado lugar a una serie de opiniones que ponen en evidencia la necesidad de considerar nuevas e importantes perspectivas en el debate.

Esta es la oportunidad para replantear el tipo de gestión y promoción de la cultura que se requiere. En el Perú, hasta hoy en día, ha prevalecido en las políticas públicas una visión patrimonialista e ilustrada de la cultura. Las expresiones actuales de nuestra diversidad cultural, que se crean y recrean dentro de procesos híbridos y fluctuantes, como las artes contemporáneas y las industrias culturales, no han sido objeto de gestión y promoción por parte del Estado. Como consecuencia, el rol de las manifestaciones culturales en la generación de una ciudadanía integral y su aporte en el desarrollo económico, político y social del país no es aún cabalmente comprendida.

La cultura articula nuestras relaciones sociales y las formas materiales e inmateriales en las que nos representamos. Constituye una esfera de discusión, de negociación de identidades y, a la vez, es un ámbito para la creación de valor económico y la participación ciudadana. Para ello, la cultura debe ser gestionada en toda su complejidad teniendo en cuenta su valor simbólico, económico y político. Un país como el nuestro afectado por la violencia y por diferentes conflictos sociales, no puede dejar de aprovechar las posibilidades de generar cohesión y desarrollo que el trabajo en cultura trae consigo.

En este sentido, la creación de un Ministerio de Cultura, no sólo es una decisión administrativa, sino politica, implica la adopción de un enfoque de gestión cultural orientado a garantizar las condiciones adecuadas para la libre expresión creativa y la puesta en valor de nuestro patrimonio y referentes simbólicos, priorizando su uso social y sostenible.

El valor simbólico de la cultura alude al hecho que nuestras prácticas cotidianas se encuentran determinadas por el conjunto de representaciones que tenemos de la realidad. Las personas se relacionan entre sí no solo a partir de sus condiciones materiales sino a través de los estereotipos y valoraciones de sí mismos y de los otros. De allí que la violencia, el racismo, el machismo, la delincuencia, y las diversas formas de discriminación tengan una dimensión simbólica que amerita ser abordada con estrategias de acción comunitaria orientadas a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.

Por lo mismo, las políticas culturales deben tener como uno de sus objetivos intervenir en los soportes simbólicos que estructuran tanto a las subjetividades humanas como a las sociedades enteras. El caso de Bogotá con los proyectos diseñados por el ex alcalde Antanas Mockus y el de algunos países de Europa del Este afectados por la guerra, son un claro ejemplo de cómo la promoción cultural contribuye a reconstruir tejidos sociales dañados por los diversos conflictos que afectan a nuestras sociedades.

Las actividades culturales contienen también un valor económico. Una parte importante de ellas se encuentran insertas en el mercado. Otras se sostienen por medio de apoyos de empresas privadas, subvenciones estatales o las autogestionan diversas asociaciones y comunidades de las que son expresión. En todos los casos, los agentes encargados de producirlas, distribuirlas y consumirlas necesitan invertir recursos por lo que conforman un sector con capacidad para contribuir a las economías nacionales.

En la última década, la contribución mundial de la cultura a la economía viene incrementándose en términos de comercio exterior, productividad y creación de puestos de trabajo. Según el Banco Mundial, el aporte económico del sector cultural ha superado el 7% del Producto Bruto Interno generado a nivel planetario. Por tanto, cultura y economía son dimensiones de la vida humana que actualmente no pueden ser desligadas.

Si bien es importante reconocer los efectos positivos que la relación entre economía y genera para el desarrollo de las sociedades, también debemos precisar los aspectos negativos respecto de la aguda desigualdad en los intercambios. Por ejemplo, sólo tres países — Reino Unido, Estados Unidos y China— produjeron en la última década 40% de los bienes y servicios culturales comercializados en el planeta, y en contraste, América Latina hizo lo mismo con el 3% y África con el 1%. Es evidente entonces que el mercado global de la cultura tiene una marcada estructura oligopólica.

De ahí que una de las funciones que cumplen los ministerios de cultura sea justamente la corrección de este tipo de inequidades generadas por el mercado, generando así condiciones adecuadas para que los ciudadanos podamos crear con libertad y acceder a la diversidad de ofertas culturales.

Por último, el valor político supone el reconocimiento público del derecho de los ciudadanos a ser diferentes, a construir y negociar sus identidades individuales y colectivas sin dejar de formar parte de la comunidad nacional. De esta manera, todas las medidas orientadas a la preservación, creación y difusión de las actividades culturales tendrían sentido en tanto la comunidad sea un agente activo en la toma de decisiones y en la ejecución y seguimiento de las mismas.

Censurar, por ejemplo, el uso del quechua en espacios públicos como el Congreso de la República, limita la construcción de ciudadanía y reproduce tradicionales prácticas de poder que una política cultural busca eliminar. Hoy en día es mucho más claro que el ejercicio pleno de la ciudadanía, implica una dimensión cultural. De ahí que cualquier gestión de la cultura implique potenciar la participación ciudadana a nivel nacional, regional y local, y las instancias que existen para garantizarla. La cultura gestionada y entendida desde estas tres instancias permitiría traspasar la visión patrimonialista y ornamentalista que prima actualmente, la misma que hace creer que la cultura solo constituye un insumo para otros sectores y actividades como el turismo.

La cultura requiere de independencia en su gestión, y el reconocimiento de sus particularidades y de la verdadera importancia que tiene para el desarrollo de los individuos y la sociedad en su conjunto. Solo admitiendo que la cultura constituye la base de lo que somos y no la envoltura, es que se entenderá la importancia de abrir un debate sobre lo que un Ministerio de Cultura podría hacer como agente central para el desarrollo del país.

Fuente: Colectivo Maniobras / maniobras.org
El valor de la cultura, el valor de un ministerio (Septiembre, 2008)
http://maniobras.wordpress.com/2008/09/15/el-valor-de-la-cultura-el-valor-de-un-ministerio/

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